"Por favor no escuches el CD". Peter Pank. Ed. Saraza. Buenos Aires. 2019
De alguna manera, en la construcción de una situación artística, la presencia del dinero como tópico suele ser, en la tradición de la literatura, un enemigo. Quizá se trate de una seductor perverso; cómo la forma de la economía, el mundo regido por esa mercancía a la que remiten todas las mercancías es un espacio hostil para varias cosas, entre ellas el arte, el amor y, especialmente, el amor al ejercicio artístico de la bohemia. Se trata de una batalla y en general el metal destruye las ilusiones del joven, y no tan joven artista. En términos discepolianos, “la panza es reina y el dinero es Dios”. En este pequeño apalabrado sobre amor, dinero y arte, sobre esta filosa cuerda sin red, aparece el corazón de “Por favor no escuches el CD”, la novela de Peter Pank editada el año pasado por Saraza.
En la esencia de esta novela corta, hay una
historia de amor contrariado. Un destiempo en el tránsito afectivo de una
pareja de chicos que atraviesa, como puede, una vida con una proyección clara
hacia su futuro, sus ambiciones o su destino, pero que se difumina en un país
que se va derritiendo en frente a sus deseos.
Martín, también conocido como Rosanegra, es un
treintañero que toca en una banda del under porteño llamada “Poesía Pizarnik”
en homenaje a la lúgubre y seductora poeta suicida. Su vida como músico
vaivenea entre la admiración por otros artistas, la ambición de ir más allá, el
goce de saberse haciendo lo que ama y la amargura de no lograr sacar de eso una
forma de sustento económico. De alguna manera, construido en una estética punky
queer, el personaje de Rosanegra es el joven atacado por los dramas
existenciales de la destrucción total de la adolescencia y el comienzo de la
adultez, al mismo tiempo que la situación económica de la Argentina de
principios del nuevo siglo le impide estirar el pasatiempo de la juventud
eterna. Si Rosanegra quiere cultivar la ilusión un poco más, ahí va a estar la
realidad para empujarlo a algún abismo de preocupaciones. En parte de este
personaje está encarnada la dialéctica del arte –incluso del amor por el arte-
y el dinero.
Christian es el novio de Rosanegra, un chico
que tiene veinte años y cuyas esperanzas son un poco más frívolas que las de su
pareja a la vez que más pichonas. Como buen ejemplar de un casi adolescente al
que, de repente se le destruye el mundo (su país atraviesa una crisis
devastadora y su madre se queda sin trabajo y hace lo que puede), solamente
quiere estar con su novio, pasarla lo mejor posible, evitar las preocupaciones
que van a ir persiguiendo a Martín como insectos insistentes en la molestia.
Desde el primer momento de la novela en que todo ya está complicado, vemos que
lo único que une a los protagonistas es el amor, luego el sexo y luego, bueno,
lo que haya a mano hasta que todo idilio se va desdibujando y ambos entran en
diferentes confusiones, acaso, incompatibles. En medio de la crisis de pareja
que irán cargando los personajes principales estará la fotografía nítida y
clara que el ojo de Peter Pank sabe tomar de lo que es, no solamente la crisis
del 2001 y sus harapos, sino también quiénes y qué pasaba en la segunda mitad
de los noventa y cómo el under millenial en pañales se movía a la vez que el
viejo “engrudo”, como diría Fernando Noy, iba creciendo o se iba apagando.
Allí, en esas crónicas del mundo artístico LGTBIQ+ que relata el narrador y
protagonista aparecen festivales de bandas punk queers, marchas por la
diversidad, pensiones de travestis y bufarras, el mundo de la niñez, la pobreza
violenta, todo con la misma carga de sombra que de ternura en el devenir de la
nouvelle.
Detrás, por delante, o entremezclada con la
historia de amor, Peter Pank realiza una disección del comienzo de milenio a la
vez que recuerda algunos hitos del under en los noventa. Así aparecen lugares
incónicos que nuclearon a figuras tan desconocidas como geniales para el
stablishment, y muestra cómo
participaban los primeros actantes del colectivo artístico queer de la nueva
era antes de que la palabra estuviera tan “inventada”. Se recrea la importancia
de algunas figuras o gestos que fueron más allá de la intención y que abrieron
camino en la lucha de las disidencias sexuales y de género. También se ve
nutrido el hilo narrativo por coloridas, amorosas y pobrísimas travestis como
la entrañable y ruidosa Moira Tarzán, que facilita las puertas de una pensión a
la pareja en desgracia, o los niños queer que ven en la dupla de Martín y
Christian una forma del futuro, de su futuro como disidentes. No falta espacio
para chetas, chetos, taxi boys etc completando una fauna de sobrevivientes que
anda buscando los vericuetos de la crisis para ganarle un día más sin hambre a
la derruida realidad que deja el paso de los noventa neoliberales, menemistas,
por Argentina.
En “Por favor no escuches el CD” Peter Pank ve una época y con eso aporta cierto relato a la épica post 80’. Esa forma otra de construir el “ser” de una patria, de rearmar sus héroes, sus batallas, aunque despojado de todo mito, echando mano al cuerpo real del delito histórico. Para eso, de forma fina y persistente, la realidad se va entrometiendo en el amor de la pareja y el peso de tener o no dinero empieza a hacer las mismas hendiduras en el acto íntimo que en el armazón de una sociedad. De algún modo, la pareja es la patria en ese momento; un encuentro de desvíos y la presencia de alguien ajeno, exterior que vino a llevarse todo con cierta complicidad interna, porque si “se nos rompió el amor de tanto usarlo”, en este caso, como en la historia, es por el empuje de las ambiciones. Alguien de “adentro” le dio el tiro de gracia al beso, al sexo, al pueblo. En medio del crudo y poético ir de la novela, el modo de encarar el amor se torna fatalmente social, o más aún, inevitablemente argentino en ese entonces; caer, intentar, balbucear, ponerle onda, estar feliz o triste, luchar. Así se arman los personajes de esta foto angustiante y querible, letrada.
Como uno de los últimos testigos del under clásico, como primer testigo del nuevo, Peter Pank conoce las alcantarillas de la mina agresiva que puede ser Buenos Aires y a partir de ahí constituye una narración pequeña de alcances unánimes. Sostenido por una coyuntura que todos vimos y trayendo algunas que nos hemos perdido, “Por favor no escuches el CD” va hacia el futuro apoyada en una anécdota cercana. En la misma pensión en que se mezclan los buscas, se encuentran Pizarnik con grupos pop en una íntima poética.
Esta novela es un fragmento necesario, una
pieza muy clara para la escultura de la nueva historia, la marginal, la que no
está impoluta de mentiras de siglos y siglos. En la prosa de Pank el amor es
protagonista y también es una excusa. Nos recuerda quiénes fuimos y nos
pregunta a dónde vamos sin ninguna bajada de línea. Solo con literatura.
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