Simple de Amelita Baltar, "Balada para un loco" |
El
Génesis
En 1967, bajo el cuidado de una colección que
dirigía Enrique Estrázulas para “Ediciones Tauro”, un joven Horacio Arturo
Ferrer editó un libro llamado “Romancero Canyengue”. Un poemario donde, entre
el lunfardo tradicional y una transculturación del lenguaje surrealista puesto
al servicio de las diapositivas nocheras del Río de la Plata, se vislumbraba
una nueva estética para la lengua poética que rondaba en torno al tango. En el
prólogo, Cátulo Castillo le dice a Ferrer: “Su libro de poesía (…), aparte de
lo que representa como contribución viva para la renovación del idioma
rioplatense, es un manojo de sublimaciones callejeras…”. Ese mítico libro
llegó, por regalo del mismo Horacio a manos de varios exponentes del género que
lo tuvieron como el valiente gesto poético de un joven yorugua que amaba el
tango pero al que, probablemente, no llegaban a entender del todo. El mismo
Aníbal Troilo decía tenerlo siempre en la mesa de luz de su cuarto y, aunque
intentó ponerle música al primer poema del libro, “Tango para la última grela”,
no pudo. Ya había una distancia generacional entre tradición y el alba de lo
nuevo.
Ese mismo año, en uno de sus pasos por
Montevideo, Piazzolla es abordado por Ferrer –a quien ya conocía de otras
visitas- y el poeta le regala su romancero. Piazzolla comienza a leerlo y le
dice: “vos tenés que venir a Buenos Aires, porque lo que estás haciendo con la
poesía es lo que estoy haciendo yo con la música”. Así, con la bendición del
diablo vanguardista, Ferrer viaja a la ciudad que conocía desde la niñez dado
su doble origen argento-uruguayo, y comienzan a trabajar. En 1968 nace la
operita “María de Buenos Aires”, un oratorio barroco y recargado de una nueva mítica
tanguera, en donde está, entre otros números, el inicio del nombre que luego le
rondó a Ferrer para crear la balada; el tercer número de la primera parte de la
obra se llama “Balada renga para un organito loco”. Al tiempo del estreno, los
versos de la canción fueron apareciendo.
Una tarde, según cuenta el autor de la letra,
iba caminando por Callao y, de acuerdo a su narrativa, una voz al estilo
Goyeneche le susurró: “ya sé que estoy piantao, piantao, piantao…”, entonces
corrió a encontrarse con Piazzolla y le contó las primeras estrofas del tema. Seguime
contando, le contestó Astor.
Piazzolla y Ferrer en el 25 aniversario de "la balada" |
Ese
qué se yo…
Había pasado el mayo francés y las ciudades
cosmopolitas recibían sus coletazos de “la imaginación al poder”. Buenos Aires
y Montevideo eran el semillero de una cantidad enorme de música, artes
plásticas, poesía. El aire de “Balada para un loco”, ese amor sesentoso,
hippie, desprejuiciado, era la hormona común de los jóvenes intelectuales del
momento. De esa misma época data una viñeta de Caloi en la que el personaje ve
flores en los semáforos, canciones de amor en los gritos del manicomio,
partituras en las bocinas de los árboles y la conclusión del protagonista es:
“creo que estoy enamorado”. El llamado “Negro” creador de “Clemente” siempre
dijo, a modo de broma, que Ferrer le había “choreado” la idea.
En 1966 se había estrenado una película
francesa, “Rey de corazones” o “Rey por inconveniencia” de Philippe de Broca.
La película transcurre durante la guerra del 14´al 18´ y narra la historia de
los internos de un loquero que, dejados en libertad porque sus cuidadores deben
asistir al frente de batalla y su edificio queda en ruinas, se escapan a
conocer “el mundo”, y cuando constatan la realidad prefieren volver al
manicomio donde se sienten más seguros.
"La balada a través de Pucho, personaje de García Ferré, del cómic "Hijitus" |
Durante gran parte de la película sobrevuela la
música de un valsecito francés liviano, suave, de violín repetitivo y
cantábile, con muy pocas notas, una cadencia pegadiza que capta el espíritu
“loco” de un baile. Allí, en ese vals, está el molde del tema central de “la
balada” que corresponde a los recitados y al final, ese mismo vals que bailan
el “corso de astronautas y niños” en el tema.
De alguna manera, la coyuntura histórica está
sintetizada en varias partes de la obra creada por Piazzolla y Ferrer, esto
vuelve mojón a la canción. Diferentes versos que forman el tema tienen que ver
con fenómenos conocidos del momento; el desfile de Neil Armstrong y Michael
Collins por Buenos Aires a sólo dos meses de su paso por la luna (la “luna
rodando por Callao”), una conocida propaganda de aceite de autos que pregonaba
“póngale un tigre a su motor” y que, según cuenta Amelita Baltar aparece en el
guiño de la invitación a volar “con una golondrina en el motor”, del mismo modo
que eran, hasta entonces, prácticamente inéditas las menciones a semáforos o a
todo aquello que tuviera que ver con la venida encima de “lo moderno”. “Balada
para un loco” es, entre otras cosas, la centralidad del tango corrida de su
espacio; el neón de las avenidas pavimenta el recuerdo barroso del arrabal, los
jóvenes enamorados vuelan a todo color sobre el llanto de la pérdida sepia de
los viejos tangos.
Más allá del espíritu de la nueva era que
encarnaba la poética de Ferrer, la música de Piazzolla, quien ya venía haciendo
ruido en el oído de los ortodoxos hacía rato, también se volvió una forma
inédita de ver la canción popular ciudadana. Se trataba de una obra que era
vals, al mismo tiempo que balada, con algunos compases de tango y unas armonías
bien poco frecuentes para el espíritu dark de las orquestas del 40´, aquí había
una obra conceptual que escapaba de todos los esquemas tradicionales del
género. Piazzolla no era tango, decían los reaccionarios de la música urbana.
Sin embargo, con “la balada”, el compositor demostraba que, lejos de eso, era
el tango del futuro.
Luego de su estreno, en una entrevista
callejera para un programa de televisión, el bandoneonista argentino diría:
“mucha gente está diciendo que esto no es tango, y esto es más tango que nunca
porque es más Buenos Aires que nunca. Es el Buenos Aires de hoy, y lógicamente
la letra y la música no tienen nada que ver con el Buenos Aires de hace treinta
años. Es hoy”.
Fragmento de la primera edición de la partitura del tango. |
Luna
Park. 16 de noviembre de 1969.
Ya se rumoreaba que para el Festival Buenos
Aires de la Canción y la Danza, Astor Piazzolla planeaba presentar una obra que
daría que hablar. Sucede que, si bien el tango presentado debía ser inédito, en
algún momento había que ensayarlo y los músicos y la cantante eligieron las
trasnoches baldías del boliche Michelángelo, un popular reducto de la recalada
artística de entonces. Cuando Piazzolla y su grupo terminaban las funciones
habituales y el lugar iba quedando vacío, se preparaba lo que sería el estreno
de “la balada”. Sin embargo algo acerca de lo que preparaban se fue esparciendo
y algunos grupos contrarios a Piazzolla se enteraron, entonces prepararon
varios flancos por el cual atacar al “Gato”, como le decían al bandoneonista.
En principio, los demás concursantes de la
categoría “tango”, se espantaron. No solamente esgrimieron de ante mano la
frase “eso no es tango” para descalificar la obra que se venía sino que,
además, armaron otros artilugios; iban a premiar un tango de Julio Camilloni
que, para entonces había escrito la letra del popular tango “La última”, el
tema en cuestión sería “Hasta el último tren”. Ese tango tendría los
componentes de ser una obra “nueva” a la luz de la poética y la música
tradicional, no habría discusiones al respecto. Por otro lado, cuenta Amelita
Baltar, que el cantor elegido para esa obra era Jorge Sobral, un “pintún”
indiscutible que, según los planes, iba a ganarse a todo el púbico femenino
frente a una “pendeja” de Barrio Norte que ni siquiera venía del palo del
tango. Para esa época Amelita se había hecho conocida con un rasguido doble
(“Si lo vieran pasar al amor”) en su etapa de cantante folklórica, que hasta se
pasaba en “Mau Mau”, una conocida boite de la crema porteña.
Pero otro enemigo enfrentaba la obra. Algunas
agrupaciones de izquierda que no podían ni ver a Piazzolla, no solamente por
sus posturas políticas que para ese entonces no estaban tan popularmente
delineadas, sino porque también lo acusaban de ser un músico elitista, habían
volanteado todo el Luna Park diciendo que “Balada para un loco” se trataba de una
canción “oligarca” ya que hablaba de la zona Norte de la ciudad (Arenales y
Callao). Susana Rinaldi recuerda que vivió eso “con gran dolor, porque yo
estaba esa noche en la platea celebrando la obra de Piazzolla, y la mayoría de
los que volanteaban en su contra eran amigos míos”.
En el momento en que Amelita decía “ya sé que
estoy piantao…”, ya casi no se oía la orquesta o la voz de la cantante: un
grupo de seguidores vivaba la obra sin parar, y el resto tiraba monedas, bufaba
o sencillamente le gritaban “hija de mil putas”.
Esa noche el primer premio fue para “Hasta el último
tren” y el segundo para “Balada para un loco”, luego la historia hizo lo suyo.
A la semana de ese suceso, el tema de Piazzolla y Ferrer era motivo de
merchandising con la forma del “loco de la balada”, el disco había vendido una
cifra impensada para el tango piazzolliano, y algunos populares versos del tema
aparecían en cómics de diarios o en las caricaturas de García Ferré. Roberto
Goyeneche, quien ya había oído la obra en esos ensayos de Michelángelo le pidió
autorización inmediata a Piazzolla para grabar el tema, pero el bandoneonista
no se la dio sino hasta 1971 por pedido de quien entonces era su cantante y
pareja, “Astor, si el Polaco graba la balada ahora, a mi no me escucha nadie más,
pedile que espere”, le habría dicho Baltar.
Astor Piazzolla y Amelita Baltar |
Ponete
esta peluca de alondras y volá…
“Balada para un loco” es un mojón dentro de la
historia del tango. De tal manera que Piazzolla, al final, llegó a odiarla:“compuse
una obra enorme y me siguen pidiendo la balada”, decía en sus últimos años ya
alejado a muerte de Amelita y de Ferrer. Pero lo cierto es que la obra fue un
tiro histórico que se disparó solo. Esa noche en el Luna Park se dio una
situación dialéctica de la historia del género: “Hasta el último tren” era el
tango de lo que había sido, mientras que la obra estrenada por Baltar era el
futuro del tango. Se trataba del “hoy” atravesando el género, de la coyuntura
puntual de una época haciéndose presente en el tango. En definitiva era la
aterradora noticia de que se podía seguir creando tangos, es decir, que los que
en la década del setenta ya eran míticos pro hombres de la canción urbana
corrían el riesgo de ser destronados.
Contaba Horacio Ferrer que, al inicio, la
canción iba a llamarse “Balada para mi locura”, siguiendo la serie de canciones
que la dupla estaba escribiendo en ese momento (“Balada para él” y “Balada para
mi muerte”). Sin embargo, Piazzolla puso su freno al poeta: “mirá, a mí siempre
me dicen que estoy loco, y yo, encima, no voy a estar anunciando una canción
que se llama “Balada para mi locura” cuando acá el que está loco sos vos”.
Teniendo en cuenta lo que ambos estaban armando, los dos estaban chiflados.
Cuando terminaron la obra, el bandoneonista le dijo al poeta: “esto no es un
tango, es una bomba atómica”. Y unos meses después, en noviembre de 1969, la
bomba explotó.
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