Foto: Radio Mitre |
Era verdad…
Para melancolía y azul llovizna de tristeza en la mesa varona de los
bares, para desasosiego de las mujeres húmedas de fácil expectativa amorosa,
para regocijo de aquellos que desearon saborear el olor de las flores que iban
a estar en su cajón, después de varios amagues y roces con la huesuda, murió
Humberto Vicente Castagna. Cacho Castaña. Ese símbolo ineludible del ideal
macho de tramposo y vivillo, esa mezcla perfecta del hombre de barrio que
cambia de auto y de casa pero no de vocabulario o de ideas confusas, la cara
visible de una época entre misógina, ramplona, grasa y, además, culposamente
seductora.
Lo cierto es que sería demasiado extenso pasar por un análisis
pormenorizado de su carrera, más también es real que por extenso no diremos que
complejo, la carrera musical y mediática del autor de “Café la Humedad” es
bastante sencilla; hijo del requeche de una época tanguera en decadencia,
representante de la música kistch de los 70’ entre lo amoroso y lo
colorido-beat, decadente bailantero en los 80´, resurgido poeta tanguero/
melódico en los 90’ y, finalmente, mito avejentado y piola al entrar el nuevo
milenio. Si bien fue variopinto su paso por el recorrido musical abordando de
manera más o menos feliz diversos géneros, la verdad es que su línea estética
fue siempre la misma; melodías pegajosas y letras con metáforas más bien
previsibles. Sería injusto, sin embargo, dejar de reconocer algún acierto.
Canciones son canciones
En 1978 Cacho Castaña compone la cortina musical de la novela “Un mundo
de veinte asientos” que protagonizaran Claudio Levrino y Gabriela Gili. Allí se
vuelve masiva su canción “Para vivir un gran amor”, una balada romántica de
cadencia lírica y delicada que tiene una melodía muy acertada y una armonía
simple pero eficaz, cuya letra además, teniendo en cuenta la coyuntura del
género funciona muy bien. Probablemente los arreglos y versiones de otros
artistas sobre esta canción hayan ayudado bastante a su asimilación, especialmente,
en esa época, la versión de Diana María, quien fuera esposa del cantautor
porteño.
En el mundo del tango también algunas de sus obras se volvieron
clásicos. Sin duda alguna se destaca (por popularidad, que no por calidad) el
tango dedicado a Roberto Goyeneche, “Garganta con arena”, que hiciera suyo y
casi ineludible en su repertorio la cantante Adriana Varela, amiga personal de
ambos, a quien, por cierto, Cacho dedicara su canción “La gata Varela” –una letra
que está entre el insulto y el halago, como buen verso piropero de machirulo
maquillado de romántico-. Del mismo modo es clásico su tema “Café la Humedad”,
grabado por primera vez por Rubén Juárez con la orquesta de Raúl Garello. Una
versión que realmente engrandece la obra como todo lo que el mago negro del
bandoneón blanco amasaba en voz e instrumento. Luego, no faltaron algunas canciones
de aire ciudadano que se volvieran populares; “Voy camino a los 50”, “Por esa
puta costumbre”, “Todavía puedo”, “Qué tango hay que cantar”. Todas ellas
higienizadas en las voces de otros intérpretes ya que en versiones propias, la
obra de Castaña no parece tango, sino que más bien está cerca del melódico
internacional con bandoneón.
Luego de haber ganado en Japón uno de esos festivales al estilo San Remo
con la canción “Me gusta, me gusta”, la fama de Cacho como autor de esa música
entre beat y baladesca se corrió como un reguero de pólvora y así nacieron sus
primeros éxitos: “Quieren matar al ladrón”, “Mi viejo el italiano”, “Señora si
usted supiera” y su mega cuestionable “Si te agarro con otro te mato” sumados otros
temas que fueron quedando olvidados en sus discos y que, años después, el pillo
cantor de chalina y gacho nos quisiera hacer pasar como estrenos. Así pasaron “Me
gustan las mujeres con pasado”, “¿Con quién estás?” o “Balada para una Vedette”,
desconocido tema que el cantautor decía guardar inédito y que en realidad
cuenta con una grabación localizable en internet. Este tema, que data de la
época donde quedaba bien bautizar las canciones “Balada para…”, luego de la
explosión de “Balada para un loco”, estaba dedicado a Moria Casán. Tratar de
conquistar mujeres famosas y vampirizar situaciones mediáticas también fue un
arte en la vida del “tramposo”. Así se supone que “Para vivir un gran amor”
está dedicada a la aventura que tuviera con Susana Giménez, aquella vez que se
escapó de Monzón en el baúl de un auto. Una cocarda que el cantor nunca dejó de
lucir. La viveza del garca fue heráldica en Castaña, en sus letras el hombre que
engaña es siempre una inevitabilidad, la confirmación de lo viril. En cambio la
figura de la mujer oscila entre “algo altanera y mentirosa” o “tiene su país en
la cocina/ como una virgen colocada en el altar”, eso sin mencionar que en su
ideal poético las preferidas son las que “te agradecen el favor”.
Luego participó de algunas películas bien poco felices como “La carpa
del amor”, “La playa del amor”, la no sé qué del amor. Mucho mejor cantante que
actor. De todas maneras esas películas contaron con su voz y sus canciones,
además del condimento infaltable de sus conquistas.
Quiero un pueblo que baile
Entrados los ochenta y principios de los noventa, producto de “malas
maniobras financieras” Cacho Castaña pasó al olvido de las fiestas privadas y
las bailantas del interior de la argentina con su repertorio más movido para
lograr recuperar algo de toda su fortuna convertida en humo. En uno de esos
viajes nació “La reina de la bailanta”, una canción con ínfulas cómicas donde
el blanco de las risas es “un travesti”. Con un método similar, boludeando ente
giras, habían nacido varios de sus temas en co autoría con Bochi Iacopetti, que
por los setenta era bajista del grupo Katunga (el de “Mirá para arriba, mirá
para abajo”), entre ellos toda la saga del “ladrón”; “Quieren matar al ladrón”,
“El hijo del ladrón”, “Atraparon al ladrón”.
Hay que decir también que Iacopetti es autor de algunas de las canciones
más logradas de Castaña, como “Soy un tango”, grabada por primera vez por un
joven Guillermito Ferández, o “Yo seré el amor” y “La noche que no me quieras”.
Icaopetti, luego, escribiría una de las zambas más bellas cantadas por Los
Chalchaleros: “Me gusta Jujuy cuando llueve”.
Más allá de su carrera musical, Cacho Castaña también supo tener una
vida mediática con gran permanencia en la TV, especialmente luego de los años
90´, con el auge del menemismo, su cercanía con Menem, a quien se supone está
dedicada la canción “Bombo, caudillo y pueblo”, y sus estratagemas de veterano
langa con las que la gilada porteña parecía babearse. Así entonces jugueteaba
con su “Título Honoris Causa de la Universidad de la Calle”, esa hipérbole de
la piolada y el culto al falo que asoma en la compadrada.
Entonces decía que mientras a Sandro le tiraban bombachas a él le
tiraban tanguitas, contaba una y otra vez la anécdota con Susana y Monzón, o
hacía declaraciones políticas muy comprometidas, como que la seguridad social
iba a encontrar éxito una vez que volviera el paredón, o que mataran cuatro o
cinco negros para ejemplificar, o bien, respecto del asesinato de Santiago
Maldonado lo pudimos leer diciendo que “armaban quilombo por una piedra que le
habían tirado a un pibe”. Todo esto mientras su aspecto mutaba de manera
espeluznante producto de sus entradas y salidas a la terapia intensiva.
Cerca del punto final
También publicó sus memorias –cómo no-, allí se puede leer en sus
propias palabras cómo sopapeó alguna mujer, de qué manera engañaba a sus
parejas o, incluso, puede encontrarse un episodio en el que su esposa, Diana
María, le hizo una escena de celos y él no dudó en agarrarla de los pelos,
meterla al auto y tirarla de una patada (sic) en la puerta de la casa de sus
padres al grito de: “te entregué lo más preciado, mi soltería”. Luego de eso,
no es del todo sorprendente aquel “relájate y goza” que le valió el escarnio
público y ya una deshonrosa decadencia final.
De Cacho Castaña puede rescatarse algún gesto musical, como haber sido
el primero en grabar una balada de Cátulo Castilo y Héctor Stamponi que
estrenara Graciela Yuste en Viña del Mar en el 70´, “Tenés servido el té”, o
bien que la segunda grabación del tango “Tus ojos lejanos” sea suya. Luego, las
versiones que pueden encontrarse de algunas de sus canciones; las de Virginia
Luque, Rubén Juárez, Roberto Goyeneche, Guillermo Fernández, etc.
De su imagen mediática quedará una caricatura dibujada por él mismo con
su mano endeble. De sus obras, la multiplicación en diferentes versiones de
algunos títulos ya mentados. Del resto, probablemente, imágenes borrosas.
El olvido.
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