Pedazos de lo que fuimos: "Cuando se incendia mi casa", de Martina Cruz

"Cuando se incendia mi casa". Martina Cruz.
Elemento Disruptivo. 2019


Entre las tierras venenosas de la web, lo cierto es que internet ha facilitado y dado algunas flores más que seductoras. Algunas de ellas, de perfume prostibular y alientante, otras más bien sanadoras.
De esos brotes multicolores que da la posibilidad de la comunicación está que cierta movida under, otrora invisible, o más bien camuflada en la vorágine de los pasos cabizbajos que damos a diario los hijos del sistema capitalista, ahora puede salir a la superficie y encontrar a su público. Si en otra época el público iba hacia las propuestas desenmarañando sótanos y bares, hoy son las propuestas las que salen a buscar su público. Una especie de volanteo cibernético.
Algo así ha dicho ya nuestro venerado progenitor poético, el poeta argentino Fernando Noy.
Esas bondades le han dado a la poesía, la supuesta hermana boba de los géneros literarios (al menos en visiones del mercado editorial multinacional) un realce visible que tiene su germen en veladas underground de los 70 en lo que se refiera a circulación, especialmente bajo el formato del poema oral. Así los slams poéticos internacionales se han vuelto movidas fundamentales para la divulgación del poema, su contenido, su forma, el modo en que se planta y queda flotando en el silencio de la reflexión o en la ovación efusiva del festejo. Slams, ciclos de lecturas, festivales con poetas, formas de oír la esgrima lírica han encontrado un intersticio por el cual hacerle una jugarreta al aparato mediático de la pavada.
Entre los exponentes más jóvenes de la movida poética argentina aparece el nombre de Martina Cruz que, sin temor a errar, podemos decir que se trata de una poeta que cumplió con los primeros impactos que dejaba ver su mundo literario Luego de varias publicaciones individuales y colectivas, Martina trae “Cuando se incendia mi casa”, editado este año por Elemento Disruptivo. Se trata de un poemario que hace aparecer siluetas más que inquietantes en la fantasmagoría emocional de una lírica tan bien parada como el carácter inicial del libro.
Al comenzar el sinuoso camino que proponen esta serie de poemas, partimos de una ruptura doble que habrá de dar el tono para la construcción del mundo lírico del libro: un padre muerto, un amor en el recuerdo. La figura masculina queda quebrada para la intimidad femenina, así entonces, aparecerá el fuerte espíritu hembra construido en la poesía por las figuras de una madre, de una hermana, del yo. De alguna manera, el libro será una serie de poemas que, al mismo tiempo, son el mismo, así desde el primer paso queda establecido: “siempre escribo el mismo poema/ ese que no alcanza/ para que las cosas vuelvan”. Una neblina de recuperar el tiempo perdido acompaña a todo el yo a lo largo del derrumbe, de esos dos finales que son el inicio.
Traficada en esta fórmula de los vínculos rotos por la muerte o la separación, aparece la fortaleza de los personajes femeninos, la construcción de un imaginario barrial, la nostalgia joven y primera del “primero hay que saber sufrir, después amar, después partir” de Homero Expósito. “Cuando se incendia mi casa” da cuenta de esa forma adversa de la juventud para llegar, también a la manera de Expósito al “andar sin pensamientos”.
El yo femenino tiene en sus brazos fuertes, que son su forma de decir, el andamiaje para sostener la vida: “abro la casa/ le pido que no se derrumbe/ que aún hay pedazos de lo que fuimos en las baldosas/ siento la estructura de la casa/ como venas de un animal que se rehúsa a morir”, dirá uno de los poemas. Así, en el universo de cada una de las piezas, habrá una necesidad de reconstruir, o de no dejar que se caiga el presente, una obstinación o bien una forma dificultosa para dejar que el tiempo pase cuando, por otro lado, se muestra la inexorable cara monstruosa del tiempo fugitivo. Las personas crecen, se mueren, los amores se terminan. De todas formas, cada verso posee el doble filo de dejar pasar y de aferrarse a lo inevitable, “la primera vez que nos besamos/ ya estaba construyendo/ lento y seguro/ un recuerdo/ terrible”.
El poemario de Martina Cruz sabe a la perfección como disecar lo absorto del fin, el final, esa forma extraña que cada ser tiene de ponerse frente al misterio. Hay una fuerte noción de cómo se da uno contra la flor marchita del deseo, de cómo se ve morir lo amado, sabe la manera de dejar atrás sin perder esos fantasmas azules de la melancolía dulce entre el erotismo encendido y el mundo que se cae. “Esta es la última vez que vuelvo”, sentencia el final de uno de los poemas
“Cuando se incendia mi casa” ve la luz como un poderoso pequeño libro donde se tejen inmensos interiores, como una forma tan argentina de la literatura, el mundo más gigante está dentro del pecho de cada persona. Una llovizna mansa de palabras afiladas y dolorosas que, como buena llovizna, tiene la belleza inefable de lo triste. El libro de Cruz establece una magia intensa pero amable como el último beso. A pesar del universo en llamas, siempre cae la poesía para aliviarlo todo.

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