Publicada en "La Diaria". 2019
"Encanto Negra". 2019. Independiente |
Siempre se habla de las raíces policromas del
tango. De las habaneras, de los tanguillos andaluces, de la amalgama misteriosa
de la pampa, y especialmente quizá, de los ritos seductores y herejes de los
negros porteños con sus invocaciones paganas a Xangó, el dios del rayo y el
trueno que, cuando baila apoya sus manos en los testículos realizando
evocaciones sexuales. Quizá ese fantasma de misa negra con tambores, de claves
con alma de “tres tres dos”, esa forma corporal de sentir las melancolías y los
triunfos, haya sido la maldición sexuada y en suspenso que hace del tango un
género tan único. Con polvillos misteriosos de todo el mundo, se creó la música
más original en el Río de la Plata; a lo mejor, la síntesis de los dolores y
los misterios habite en el tango y sus devenires en el tiempo.
Convertida desde hace tiempo en una de las
referentes jóvenes del tango en el Río de la Plata, Noelia Moncada cuenta con
una colección de discos que van marcando una etapa diferente en cada fragmento
de su carrera. Así, cada uno de los trabajos discográficos que realiza la
cantante implica mucho tiempo de oficio, mucho cuidado entre selección,
grabado, arreglos, tarea cumplida en conjunto con orquestas, arregladores,
compositores y músicos en general que van proponiendo una estética. En cada
disco hay un concepto, más allá de lo que luego ponga Moncada sobre el
escenario, que siempre está nutrido de fuerza y e impecabilidad. Las cualidades
vocales de la intérprete la iluminaron en el ojo crítico y siempre filoso de
los tangueros, de nuestra querida secta de la gomina con sus quejumbres y su
recelo. Del mismo modo que aparecen dulcísimos maestros transmisores del
conocimiento con generosidad, también somos explosivos criticones. A Noelia
Moncada el San Pedro Orillero del cielo bandoneonoso le dijo: “vos pasá”.
En ese camino espinado y a la vez dulce del
tango aparece “Encanto Negra”, el último trabajo discográfico de la cantante.
Allí, si bien pareciera que el disco orienta sus ideas hacia aquel origen negro
del tango, lo cierto que es hay un más allá bastante potente, el aire que
sobrevuela el disco se atreve a más que eso, se trata de una colección de
piezas latinoamericanas que devienen, en su mayoría, de una raíz afro. Tampoco
se trata de un disco de candombes –esto para dejar tranquilos a los
fundamentalistas de la lonja montevideana- más allá de la muy acertada
inclusión de “Candombe mulato”, gran tema de Víctor Lima popularizado por Los
Olimareños. Como forma antojadiza del elogio dentro de un panorama tan rígido
como el de la música folklórica ciudadana, decimos que “Encanto Negra” no es ni
más ni menos que un disco de canciones. La calidad de cada versión se volverá
tema indiscutido una vez que el disco fantasmee en el oído de cada uno, la
apropiación arreglística e interpretativa hacen de cada tema una reescritura.
Para respaldar y construir la música elegida,
el disco cuenta con un importante seleccionado de instrumentistas que hoy
representan de lo mejor que tiene la música porteña: Juan Pablo Navarro en
contrabajo; Ariel Argañaraz en guitarra; Pablo Fraguela en piano y coros;
Facundo Guevara y Gaspar Tytelman en percusión y los coros de Natalia Martinez
y Cristina Zivec. Con el equipo en acción aparecen interpretaciones que van
desde Manzi a Juan Carlos Cáceres (con merecido homenaje a un insistente
rescatista de las raíces negras del tango), pasando por el repertorio de Bola
de Nieve o los casi olvidados tangos de Joaquín Mora, el compositor negro del
género, creador de algunas de las melodías más hermosas que ha dado el
cancionero del Río de la Plata, así aparecen “Divina” y un paso conmovedor por
el tango “Esclavo” a quien arrima sus versos José maría Contursi. En el disco,
el dúo íntimo, entrelazado de voz y contrabajo hacen de tres minutos, toda una
vida de placeres. También aparece la voz contemporánea de la trova ciudadana
porteña en una versión de “Calle” un
tango fuertemente político de Alfredo “Tape” Rubín o una versión muy justa de
“La canción del linyera”, de Ivo Pelay y Antonio Lozzi, que fuera muy popular
en la voz de Antonio Tormo.
Dejando de lado el pequeño spoiler necesario, o
las valoraciones críticas sobre la calidad del disco, personalmente considero
que “Encanto Negra” es un trabajo coyunturalmente político. Y esta libertad la
tomo amén de que quizá no necesariamente haya sido concebido bajo esa consigna,
pero no puedo dejar de hacer esa lectura. En un marco histórico como el de la
Argentina en la que la palabra “negro” ha sido tomada invariablemente como una
forma de la denigración –desde el concepto de “negro” en voces del
antiperonismo, o bien desde el miedo que sentía la generación romántica y que
puede verse, por ejemplo, en una novela icónica como “Amalia” de José Marmol,
furibundo antirrosista- que derivó en la segregación y casi desaparición una
vez que no estuvo más Juan Manuel, se trata de un rescate muy valioso el
mezclar al tango y su reminiscencia de espíritu africano con canciones
latinoamericanas ligadas a la inquietud sensual de autores e intérpretes con
“betún de farra” en la piel, parafraseando a Horacio Ferrer.
En “Encanto Negra” Noelia Moncada muestra la
ductilidad para poder irse y volver del tango tanto como quiera, muestra la
fuerza con la que se realiza un trabajo bajo el estigma artístico de la pura
sangre que luego, milagro de la música mediante, se convierte en belleza y
placer a través del recorrido que compone el repertorio de su disco. Quizá sea
demasiado aventurarse a un punto de inflexión en la carrera de Moncada, pero
sin lugar a dudas es un tiempo y un ligar donde se la puede ver desplegando
toda la impecabilidad y la adrenalina del vivo, del arte en el momento, del
sonido real y sin retaguardia. Se trata de imperiosos cantos paganos para el
regocijo de la buena música.
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