Rompan todo: Valentín Trujillo y su última novela, “Revolución en sepia”

"Revolución en sepia", de Valentín Trujillo.
Literatura Random House. 2019


La literatura uruguaya ha tenido, desde hace tiempo, a la música como canal de la esgrima narrativa. Desde la novela “Zafiro: yo sólo quería ser el cantante de una banda de rocanrol”, de Gustavo Wojciechowski, editada por Ediciones de Uno en los 80´ hasta el éxito juvenil de la trilogía “Pequeña Ala” de Roy Berocay, sin dejar de lado las novelas de Gustavo Espinosa o Lalo Barrubia, y la lista sigue. La música como forma de construir la historia del Uruguay, la música como estética del relato, la historia del músico como la historia del país, de un país revolucionado en varios aspectos, siempre la música a lo largo del tiempo es la voz protagonista de la idiosincrasia uruguaya.
Tomando algo de esta melange y de esta tradición, Valentín Trujillo aparece con su nueva novela, “Revolución en sepia” (Random House. 2019), una forma entre paródica, naif, pero al mismo tiempo compleja e intensa de dibujar una generación, una sociedad o un sueño.
Situada en los años 70´, el escritor uruguayo construye la historia de Los Shepards, que, a la manera de Los Shakers, componen canciones en inglés y sueñan con ser estrellas de rock que trasciendan cualquier frontera. Mariano es el joven impulsor de las ambiciones más definidas del grupo, además de ser el frontman y compositor de los temas que habrán de volverse hits con mucha suerte. Al mismo tiempo, es hijo de un ministro que funciona dentro del gobierno de facto de la época, eso lo convierte en la posible presa de un comando táctico revolucionario que planea secuestrarlo para financiar sus tareas. Así es como aparece Alberto, otro joven guitarrista que se acerca a Los Shepards como guitarrista colaborador para un concierto y que, talento y compinchería inmediata con Mariano, pasa a ser uno de esos hermanos que logra la música y la ebullición de la juventud. Sin embargo, Alberto es un infiltrado que dejará de lado su tarea inicial de informante y cómplice del secuestro y desviará su interés hacia el proyecto en común de la banda. A partir de arruinar la misión primera del secuestro y confesarse con Mariano, empieza la carrera de lo desopilante. Un vuelco tan inesperado como arriesgado en la meta original de cada uno. Guitarras y metralletas serán simbólicamente confundidas en el desdoblamiento de cada personaje.
No es la primera vez que el proyecto revolucionario se va confundiendo con otras pasiones en el decurso respecto de la literatura que atañe al tema, recordemos “El beso de la Mujer Araña”, de Manuel Puig, o bien “Tengo miedo torero” de Pedro Lemebel, donde los personajes se van mimetizando y volviéndose el otro, metido en su mundo y complejidades, ya sea el amor o algo más. En este caso, el amor a la música, la idea de trascender en un país agrisado, la empatía de encontrarse a sí mismo en alguien más. Especialmente, en la novela de Trujillo, la llama de la juventud hace que la cabeza revolucionaria vaya y venga entre la idea de la estrella de rock y el consciente/inconsciente en favor de la causa. Por otro lado, como marca la tradición de estas novelas, la izquierda y la derecha son un mismo “enemigo” frente al potencial imberbe de la verdadera utopía; la música.
La trama de “Revolución en sepia” es una tela de araña llena de dobleces, no solo por las doble caras de algunos de sus personajes, sino por las salidas llenas de locura de unos jóvenes confundidos, obnubilados por el único sueño de dejar salir balazos de sus voces y sus guitaras, sus “escopetarras” como se llama uno de los capítulos y, a la vez, como sintetiza la ilustración de la tapa.
Valentín Trujillo se suma a escribir la historia uruguaya a través de un realismo que, por momentos se desboca hacia la riqueza, hacia la risa, hacia lo inesperado. Otro escritor que trova y escribe un largo estribillo coreable; entre la euforia desenfrenadas de las groupies de sexo a flor de piel, entre el frío filoso de embaucar al sombrío régimen político y con el plus de desviarse de aquello que la izquierda siempre repitió como salmo rojo y hereje. En esta novela, no hay ideología más potente que la misa eléctrica. La política en cada riff, en cada “please, rescue me” que los protagonistas sermonean en la romería peligrosa de su misión. El pedido de rescate, por cierto, será más que un estribo rebelde de hit.
Al respecto de su nueva novela, hablamos con Valentín Trujillo.


¿Dirías que “Revolución en sepia” es una novela política?

Sobre todo, es una novela política. Trata de temas que todavía no están suficientemente procesados en el Uruguay, con las dificultades para lidiar con llamado "pasado reciente" (que ya lleva más de 50 años y cada día es menos reciente...). En ese sentido, la novela avanza con pasos de comedia y de enredo en algunos temas que todavía causan cierto repelús en algunos sectores. Política, también, porque propone a la polis, a los lectores, una cierta forma de revisión. De poner a los algunos protagonistas frente al espejo del tiempo, y mostrar varias de sus confusiones e ingenuidades. Fue una época (quizá como todas) en que la ingenuidad produjo grandes esperanzas, utopías y monstruos espantosos. 

Últimamente la literatura uruguaya ha elegido mucho la música en los 70´para contar historias. Pienso en Espinosa especialmente. ¿Lo ves así? ¿de dónde viene la idea para “Revolución en sepia”?

Sí, pero la novela de Espinosa es medio excepcional. Como "Revolución en sepia". No sé si hay más ejemplos al respecto. De todos modos, la música siempre es un vehículo para contar. Por su carácter compositivo y por dentro, en la letra, también hay otra historia. Tiene un gran carácter recursivo que me interesó aprovechar. 

En la novela se propone algo así como que “el rock es la revolución” respecto de las implicancias políticas que aparecen. ¿Ves algo así en esa época?

La música era revolucionaria en sí misma, para los cánones de entonces. Revolución en el sentido de invertir los parámetros, crear una realidad nueva, en algunos casos opuesta a la existente. Escuchar en 1966 "Tomorrow never knows" de Los Beatles implicó varias voladuras de cerebro. Los reyes del establishment, los sires condecorados por la Reina, se animaban a experimentar como nadie lo había hecho. En paralelo, se producían otras ansias revolucionarias en otros ámbitos, el político por antonomasia, y claramente se superponen. La "escopetarra", que está representada en la portada, explicitaba la fusión: había músicos que pensaban que su arma debía ser el instrumento. Toda la llamada música de protesta (unida a ciertos preceptos estéticos y estilísticos) recorrió ese camino. El rock lo hizo menos, jugó otro partido. Esas tensiones están en la novela. 

¿Pensás que la novela pueda inscribirse en ese grupo donde el cometido revolucionario se va desdibujando? Me refiero a “El beso de la mujer araña” o “Tengo miedo torero”, por ejemplo.

Es un muy acertado el comentario. Y las referencias a esas novelas son exactas. Tanto Puig como Lemebel transitaron senderos que me animé a recorrer con esta historia, lo que algún teórico francés denominó "roman a clef". También me interesa mucho la obra de James Ellroy, con su trilogía sobre la historia moderna de los Estados Unidos. El cometido inicial se desdibuja porque los personajes son seres humanos, con sentimientos y pasiones, van cambiando, mutan, se cuestionan, se arrepienten, emprenden nuevos horizontes. No está condicionados solamente, como piensan algunos, por las fuerzas de la historia. De hecho, quizás en algunos casos sea al revés: la historia se construye con estas "pequeñas" acciones de los individuos.

El texto saca algunas postales de Montevideo, de un tiempo para ser joven, incluso de una forma concreta de ver la política, ¿dónde creés que ha ido todo eso hoy?

Creo que el Montevideo de los 60s y 70s es muy reconocible en la ciudad hoy. Muchas cosas han cambiado demasiado poco. Por otro lado, las formas de vivir la política cambiaron, quizás para siempre. Hoy todo está invadido por la desconfianza, la burla y la ironía, la mayor parte de las veces como vía de escape, o como manera de "alejar" un elemento que perdió su aura mística. Se perdió la épica que tuvo. Inevitablemente, porque está escrita en 2019, hay algo de eso en “Revolución...”

La novela juega, especialmente con uno de los personajes, Alberto, entre ser uno y ser otro, el Shepard o el común. También aparece la idea de Buenos Aires y lo que significa, ¿así podría verse el ser artista/ escritor por estas zonas?

Sí, es cierto. Alberto es un poco cualquier artista que de pronto "despierta" a su condición y entiende las complejidades de "ser hacia afuera", en el mundo del espectáculo y el mercado, el producto, y una vida creativa interior que pretende otras cosas. ¿Quién puede dejar de ser títere en algún momento? La visión de Montevideo/aldea frente a Bs As/gran ciudad se mantiene vigente, con sus ventajas y problemas. Como te dije antes, los desdobles tienen sus consecuencias... 

Teniendo en cuenta tu trabajo como periodista, como escritor y luego de una biografía de Carlos Real de Azúa, ¿cómo ves el panorama de la literatura/crítica hoy en el Uruguay?

Es una pregunta muy amplia, en la que intentaré ser conciso (y opino a nivel de narrativa, ojo) Por un lado, hay una cantidad interesante de escritores desarrollando sus mundos y aportando sus visiones desde la palabra. A veces, los temas son un poco reiterados y la originalidad o el encare deja un poco que desear, pero para nuestro tamaño la proporción de gente que escribe no es mala. No es solo un tema cuantitativo, sin dudas, pero en ese sentido hay y habrá literatura uruguaya para rato. Hay un movimiento muy territorial, se escribe desde la capital pero también desde contextos fuera de Montevideo, y en diversos géneros. La crítica ha decaído en cantidad (los críticos más importantes se van yendo), a pesar de que respeto a varios de sus actuales integrantes, refugiados en pequeños sectores de las páginas de diarios y semanarios. Lo que sí creo que una buena dosis de osadía le vendría bien a la narrativa nacional: animarse a más, cruzar fronteras, repasar pasados intocados, sacar la cabeza de algunos ombligos. Yo, incluido.  

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