Publicado en el Suplemento Cultura de "La Diaria". Mayo. 2019
“…tocan la nada y se van…”
Jorge
Alastra, “Las rolas”
1)
“Una canción para la Magdalena”.
Joaquín Sabina.
Tengo seis o siete años. Las tardes de verano
parecen siempre sábados. La calle en la que vivo está desierta, es un recoveco
equivocado en el entramado de la ciudad. De hecho nos recuerdo acostados largo
rato en medio de la calle con mi hermano y nuestros vecinos. Ojalá que el
tiempo fuera sábado para siempre. Mi madre deja la puerta de adelante abierta y
los rumores de los vecinos habitan el living, entre la música fuerte del disco
“19 días y 500 noches”. La más señora de todas las putas, la más puta de todas
las señoras, dice la voz tabacosa de Sabina. Miro sorprendido a mi madre. Acaba
de aparecer la palabra “puta” en una canción. Bueno, dice mi madre,
respondiendo una pregunta que no formulo, a veces hay que decir lo que hay que
decir.
2)
“Vino tinto”. Estopa.
El rock no
existía para nosotros. Se nos escapaba esa música para nosotros a los once
años, en los pasillos de la Escuela N°40 de Nueva Helvecia. Pero lo buscamos,
lo necesitamos. La sangre empieza a hervir y la música que suena en la radio
(mayormente tropical lavadito o añoso pop argentino) nos es muy esquiva, no la
entendemos. El profesor de dibujo al que vamos con mis amigos en la tarde de
los martes y cuyo nombre se me escapa como un pájaro diminuto por la ventana
del verano, pone un casette de “Estopa”. Unos casi adolescentes gallegos (para
mí todos los españoles son gallegos) gritan al ritmo de nuestro sexo abriéndose
en retoño con la pre adolescencia al sol, regada por la saliva de los señoritos
babosos en que nos vamos convirtiendo. El casette hace prenderse un reguero de
pólvora entre los compañeros de sexto escolar. Nos lo copia la madre de una
amiga que lo consiguió. Nosotros no tenemos grabador. En la tarde, entre la
bolita y el porno, comentamos las letras. Somos la torpeza, empiezan los secretos,
los deseos. Hay pistolas que descargadas se me disparan.
3)
“California girls”. Beach Boys.
Con el
vello que crece, con el fantasma ridículo de una barba y un bigote, me crece la
necesidad de separarme de mi generación. ¿No habré nacido hace mil años? ¿Por
qué todos oyen esa inmundicia que la radio reza como un pastor evangélico? ¿Qué
le pasa a las gurisas que hierven? ¿Qué le pasa a los pibes que no pueden
hablar de otra cosa que no sea la masturbación y el fútbol? La radio local nos
envenena la mañana entre “Aserejé” y “Bola 8”. Si te gustan los morochos, aquí
está la bola ocho. Me quiero morir. Entonces el rock. Rock, pop, lo que sea,
irlandés, yankie, inglés; Los Beatles, U2, los Beach Boys y su seductor arreglo
de voces. El cajón del armario que heredo de mi padre; casettes. Desde
“California girls” hasta “Nos siguen pegando abajo” de Miguel Ríos. Que sigan
todos oyendo plena mientras aparece el 2002 y este país se va al carajo. Ya soy
un nerd que odia el sol. Las clases terminaron y en el campamento, mientras
todos muestran sus torsos de fútbol, yo escondo mi carne floja del sol y sus
malicias. Dejate de joder con esa música horrible, de mierda, que te gusta a
vos, los “bitles” (así pronunciado), dice Juan Manuel. Hoy tiene lo que se
merece, Dios lo castigó con una esposa y un hijo.
4)
“Nostalgias”. Cobián y Cadícamo.
Charlo.
Dieciséis
años. Ahora todos escuchan rock. Los coletazos del 2002 se van disipando. Mi
secreto va creciendo a modo de pregunta, como un fantasma shakespiriano que se
me aparece por las noches, ¿no seré puto?, mejor no pensar. Yo no quiero
escuchar el rock que todos se fuman. Estudio piano, flauta, soy un pretencioso.
El sonido me parece violento, las voces inaudibles, las letras muy pobres. Qué
suerte que hace dos años descubrí el tango y se me pegó como una enfermedad que
me aleja de todos. Soy un verdadero dark. Si supieran de mi melancolida
personalidad secreta detrás de la risa que siempre ostento. Eso sí, no me
hablen de música, porque me hacen enojar. No soy el pendejo de trece que se
avergonzaba de oír lo distinto. Ahora esto es mi tesoro, se van a pudrir todos
en el infierno y yo estoy salvado. Me enamoro profundamente, me duele el
cuerpo, ando mucho en bicicleta. Fracaso. Quiero emborrachar mi corazón.
5)
“Palabras para Julia”. Goytisolo –
Ibáñez. Liliana Herrero
Tú no
puedes volver el tiempo atrás. La última noche juntos, en la casa de alguno de
los gurises del barrio. Doloroso pelo rubio el de ella, su beso final antes de
que mi barra de amigos se separe, nos vengamos para Montevideo, nos demos
cuenta de que no somos lo que creímos, no nos veamos prácticamente más. Mi
secreto sigue creciendo, ya tan seguro como una rosa de metal. Sin embargo la
beso, le digo que nos vemos la semana que viene. Y, sacando algunos encuentros
fortuitos en los años que vienen, no nos vemos más. Alguna vez pensaré en eso,
como ahora pienso.
6)
“Soy lo prohibido”. Cantoral –
Ramos. Olga Guillot.
Nos lo
encontramos en un evento de la UDELAR, está rarísimo, no nos dijo en qué
andaba, pero me daba la sensación de que nos estaba evitando. Buscaba a alguien
en la multitud, nos dijo y su mirada iba por ahí, entre la gente. Le
preguntamos cómo andaba, nos dijo que bien. Estudia en el IPA, creo, eso nos
comentó. Se va a morir de hambre. Convengamos que siempre fue medio raro. Debe
estar drogándose, si estudia en el IPA.
Años después me enteraré de esa charla de mis ex compañeros de liceo a
los que encontré en un “Tocó venir”. Yo, mientras, con mi trolez ya asomada
desde mi garganta en cada beso nuevo dado a los veinte años, buscaba a aquel
primer chico con el que desarmé algún misterio oculto en el torrente rojo del
cuerpo. El sexo cargándose para salir, luego, a viva voz. Todavía, para mi
generación, la mariconería, no era el escudo del guerrero más fiero. Luego sería
espada y guerra y todo, contra el imperio que viniera. Mientras, me encontraba
con él y su biaba amorosa. Ese vicio de tu piel que ya no puedes desprender, la
aventura que llegó para ayudarte a continuar en tu camino.
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